Desde el 2006, Guillermo Faivovich (n.1977, Buenos Aires) y Nicolás Goldberg (n.1978, París, Francia) participan en un intensivo y amplio proyecto de investigación —Una Guía a El Campo del Cielo— el cual forma la base de su práctica. El Campo del Cielo se encuentra al norte de Argentina y fue el lugar dónde se llevó a cabo una lluvia de meteoritos hace aproximadamente cuatro mil años. Faivovich & Goldberg combinan los roles de científico, historiador y antropólogo para realizar proyectos que ofrecen nuevas formas de ver y experimentar los resultados terrestres de un evento cósmico ocurrido hace miles de años, así como meditar sobre su importancia histórica y cultural. Durante más de una década, el dúo ha producido un diverso conjunto de obra que incluye instalaciones, esculturas, publicaciones, así como videos y fotografías. En el 2010, los artistas crearon una exposición que reunió las dos mitades de El Taco, un meteorito de El Campo del Cielo que había estado separado durante casi cuarenta y cinco años, permitiendo a los visitantes caminar a través de las masas reunidas. Recientemente, han utilizado la microfotografía para producir imágenes tomadas de secciones delgadas de un meteorito, las cuales revelan deslumbrantes inclusiones de silicatos multicolores. Faivovich & Goldberg profundizan laboriosamente en las particularidades de un evento singular y aclaran temas ampliamente resonantes: la dinámica entre un objeto y su documentación, las complejidades inherentes de las historias institucionales y las complicadas relaciones personales, culturales y nacionales que se desarrollan con los artefactos.
La práctica artística del dúo Faivovich & Goldberg (Guillermo Faivovich, Buenos Aires, 1977; Nicolás Goldberg, París, 1978) se desarrolla en torno a la noción de investigación artística, específicamente considera las relaciones potenciales, entre universos aparentemente disímiles como el de la naturaleza, ciencia, historia y política. Desde el 2006 han realizado un estudio sobre los meteoritos del Campo del Cielo, identificando una serie de trayectorias que han llevado a estos objetos cósmicos a ser sujetos de las lógicas burocráticas y privatizadoras tanto de las esferas públicas como de las privadas. Con el proyecto reciente, Un meteorito para la Sociedad Científica Argentina del año 2105, los artistas se adentran a analizar y problematizar la idea de patrimonio a través de un diálogo interinstitucional, que comienza con la oferta para la Sociedad Científica Argentina de un meteorito de hierro de 41 kg., puesto en su resguardo por un donador anónimo. Después fallidos intentos de concretar esta donación en el presente, y ante la imposibilidad del objeto de acceder al fuero público, los artistas deciden subvertir la dinámica, convirtiéndolo en una cápsula de tiempo, y depositando en los habitantes del año 2105 una nueva oportunidad para finalizar el proceso burocrático mediante el cual el meteorito podrá ser incluido como parte del acervo de la Sociedad Científica Argentina, y finalmente su imagen podrá ser revelada. Pensando en propulsar el trayecto del objeto hacia su cita en el futuro, los artistas realizaron la ceremonia pública de encapsulamiento en el marco de las actividades de la feria arteBA, posteriormente planearon la primera instancia del encadenamiento de comodatos institucionales mediante el cual el objeto se moverá en el tiempo, con el Museo Rosa Galisteo de Santa Fe, Argentina, mismo evento que se vio truncado por el descalabro de la pandemia. Para la participación del dúo en The Backroom, el Museo Tamayo se convierte en el anfitrión del objeto, a través de un comodato digital en donde la cápsula del tiempo estará exhibida a través de una transmisión en video digital, en vivo, del meteorito desde el lugar de su resguardo, y hacia el ciberespacio —abonando a la discusión sobre objeto, representación e imagen, que ha sido un eje importante de la práctica de los artistas. De la misma forma, una selección de documentos de archivo e imágenes es publicada y puesta a disposición del público por primera vez, con la intención de abrir esta conversación a nuevas comunidades.
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Hellen Ascoli writes—about weaving and translation—"To let my body be the place where tension meets the ground," and I imagine a lightning rod connecting languages, pulling threads. She combs, she rakes, she draws an exhibition with neon tapes across her backyard, she stacks two tree limbs in an embrace. I spend my pandemic mornings in the sand of a barren yard in the Great Plains in isolation, and the grit powders my skin and gets into my teeth. We write each other letters. Manal Abu-Shaheen sends me a cyanotype she makes, of the ship that brought her great-grandfather to Ellis Island in 1907. She sends a photograph of the sun dunking into the sea beside Beirut. We talk about the failure of language to account for the distance between here and there, especially in these anguished weeks since the explosion. Her photographs of that city were already moving indoors, but now, isolating in New York, she imagines the intimacy of photographing her friends in their homes, indoors, together. The imagining is about closeness, about touch, about longing and what is no longer here, about having a coffee and telling the stories of this particular year. Thuy-Van Vu describes how her father would plant patches of green, plants and flowers, in the sun-bleached yard of his home in Phoenix, Arizona, and how they would always die under the summer sun there. We talk about things that couldn’t be said in words. “This is the idea of a house my father built,” writes poet Diana Khoi Nguyen. Plants now cover every surface of her Seattle office and home; she feels guilty for letting one of them expire for a painting. She sends photographs from a trip to Vietnam: modest sandals in a glass case at the Museum of Fine Arts in Ho Chi Minh City are marked with dirt from an artist’s day of work. A boy sands a carved Buddha, and the wood gradually changes tones. A typed list of “useful phrases for emergencies” in Vietnamese includes “Don’t shoot!” Photographs of a helicopter made of woven grasses and a broken wooden sculpture of a tank are local thrift store finds, imported from Vietnam.